No,
no es tu boca cuando se inclina hacia mi cuello,
ni tus dedos surcando el valle de mi pecho
cuando me haces olvidar
los constantes abandonos
a que fui sometido por inmóvil,
como una piedra en su destino.
Tiendo mi mano imperfecta
y sé que estás allí.
Pero enseguida siento que después
tendré que olvidarte.
Que te vas,
porque no hay puerta en la casa,
y entra el humo de la nieve
que te llama.
Una caricia partida
como entrega final,
y otra vez acude el miedo.
G.C.
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