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Los árboles, desnudos a la orilla
del estrecho y pedregoso camino,
observaban abatidos la figura galana
del frondoso valle que tenía a su derecha.
La armonía del verde contrastaba
con el gris vacío de los árboles.
La brisa, somnolienta aún por la pereza
de la mañana,
descansaba adormecida en la inmensidad
del valle.
El silencio lo envolvía todo
con su terrible poder.
Allá lejos, muy lejos,
casi en la faz del horizonte,
la tarde bostezaba y deba sus primeros
pasos matinales.
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