[...] mis labios parecían desgastarse por su aliento
y mi boca nerviosa en la vibración de su pecho,
mis sentidos colapsaron, filtrando la timidez sanguínea
en un incendio de mariposas suicidas,
quemando el tiempo del mosaico de nuestro tacto
que se perdía en los retazos de nuestros ecos,
en los gemidos estrechos sobre las hojas
y el viento corroído por la estación del viaje,
donde perdimos el oxígeno, y con ello
caminamos sobre el hilo de la muerte
observando el abismo de la vida,
y la vibración del destino
de entre la extensión de nuestra alma,
un momento, intercambiando nuestra creencia,
un letargo mirando a Dios dibujar cadáveres en el cielo,
en una noche amotinada de traidores vibrando luciérnagas,
ésas, antorchas que se mueven con las olas,
sombras románticas bailando con el duelo,
del luto cubriendo la distancia secuestrada de los ciegos
donde se ha arrastrado el descanso del mordisco del alma,
aquí, donde permanezco, en unos siglos más,
amaneciendo estoy
en la vibración perenne
de tu cuerpo a mi cuerpo,
una quemadura feliz,
un incendio magistral,
una destrucción perfecta,
las antorchas cubriendo la sangre,
la erosión de la piel,
la estática flotá tu aliento con mi deseo,
y mi inercia
con el
placer
del gemido que exhalas del espasmo estrecho, que muerdes con la miel secreta, en la delicadeza germinada en tu concavidad contenida, donde el vicio es encontrarte, y la adicción es, clavarte la carne, ]y las espinas, placer envuelta en rosas...]