Inundado de luz de ese Manet,
ese sol amarillo de Van Gogh,
los nenúfares de Monet.
Conmovido por Pisarro o Degas
en d’Orsay junto a un Renoir.
Impresionado hasta el fondo
y con los ojos llenos de color,
busco imitar esa sinfonía,
meterme en ella,
quedarme quieto allí.
Mezclarme en la paleta
de un Sorolla incierto
presente en mi pared,
o un a veces infantil Gauguin
y en ese oscuro Toulouse cubierto de humo.
Al lado de Cézanne que me convoca
a dejar mis ojos olvidados en él.
Pero el tiempo es corto,
debo volver a la calle,
a la cierta realidad falta de color,
inundada de sombra.