Heliconidas

Desierto II

No me des paraíso, dame desierto.

 

Donde Zaratustra urdió puentes y ocasos

y los esenios trazaron el camino.

Donde Muhammad transfiguró los pasos

de Ismael y el sarraceno peregrino.

 

En Niza, tu serena esfinge vigía,

oculta ese enigma de ira inhumana

que el dios Seth, devastando en peste y sequía,

te invistió de insondable muerte temprana.

 

En la sal de tus terrazas escarpadas,

al este del gran trono de luz llameante,

las farsas del Tentador fueron cayadas

por una voz famélica y lacerante.

 

Y en carrozas hechas de espadas de fuego

bajaron ángeles que le ministraron…

Oh, Hijo del hombre, divino sosiego

de mares que al caminar tus pies besaron.

 

No me des paraíso, dame desierto.