Cuanto placer me embargan
estos pensamientos de lujuria y amor,
encendiendo tu fuego interior
que desprenden tus labios
cuando besas mis partes oscuras,
quemando todo lo que me hace hombre.
Sigo con mi respiro entrecortado
pidiendo clemencia de que el tiempo
no se detenga,
sabiendo que tú me abrazas y me quema.
Tus pechos me miran temblorosos
con marcas de una batalla que me lleva al cielo,
donde no hago más que beber
con sed de vos y que me hace desvanecer.
De pronto giras tu cuerpo como un huracán
que arroya viento y agua sobre mi pecho,
quedando enredado con tu pelo
entre dedos y manos,
con suavidad de plumas
pero encontrando tu espalda caliente
y yo, acariciando senderos de montañas,
donde me siento como niño explorador
hacia el interior de una cueva
llena de luz de luna reflejada sobre agua.
Grande es mi sorpresa a este encuentro
con los gemidos que me encienden los calderos de sangre,
y un sed que no se apaga bebiendo solo el sudor de tu cuerpo,
que por cierto, me sigue embriagando
con ese perfume de rosas y jazmines,
y de pronto, ¡un grito!, y despierto de este sueño,
levantando la mirada entre tus piernas,
mojado de una espuma caliente de verano,
sabiendo que estas ahí,
como antes, aferrada a mis brazos,
bebiendo de la misma copa,
disfrutando de este amor infinito
que expande nuestros cuerpos
en una explosión de amor y felicidad.
Te espero aquí, querida amiga,
para estar contigo,
solos tu y yo.
José Luis Vega