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La penumbra de sus ojos
distorsionaba la ternura de su alma.
Las lágrimas penetrantes de su rostro
encharcaban la delicadeza de su figura.
Empapada de tantos sinsabores,
se agarraba a la inocencia total de su silencio.
Nada dolía más que el temor,
que el desaliento inoportuno de la vida.
Asustada por el lamento de su destino,
deseaba ser una frágil mariposa,
para luego volar de valle en valle
oliendo las fragancias exquisitas de las flores.
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