Sus huellas se corrieron de mis pasos. Miró al norte y se elevó con metas decididas. Caí en un sur profundo. Anestesia que amalgamaba cuerpo y alma. Mente callada, impávida, con un escudo ante fijaciones nublosas, insistentes. Me acurruqué años sin tiempo. Amordazada por mi propia censura grité su nombre, con eco sólo en el espejo. Me resigné ante su destierro. Me inventé una vida con una paleta lacónica. Y cuando me acomodaba en un rosa calmo me sorprendió desde ese colorado inédito. Nos teñimos en el río de los sentimientos extensos, matizando con risa de niños, con divertimentos de pueblo.