Fui desgranando tu nombre en mis labios, cual mantra sagrado, etéreo.
El dulce sabor de tus besos se desparramó por mi sensible paladar. Tragué aquel elixir celeste embriagándome con tu esencia.
Aspiré tu dulce aroma. Fragancia exquisita, exótica, que se diluía en mi memoria, encendiendo una llama ardiente en mi bajo vientre.
Mis manos acariciaron lánguidas tus cabellos, dejando una sensación indescriptible, placentera en mis yemas.
Mi mirada se diluyó en la tuya formando un lago misterioso y oscuro. Ambos, despojados, nos zambullimos hasta perdernos en sus insondables y cálidas aguas.
Corrientes internas nos llevaron a mundos escondidos, desconocidos, fantásticos, donde el amor es el elemento esencial.
El calor de tu cuerpo en el mío clamó con un grito silencioso: “no temas, contigo estoy, piérdete en mí como yo me pierdo en ti”.
Extrañas y plácidas melodías envolvieron nuestra desnudez. Finos acordes que hacían vibrar nuestras más íntimas fibras nos unieron.
La distancia se deshizo para siempre con el fuego ardiente de nuestra entrega. Tuyo para siempre, mía in aeternum.
Vimos juntos el alba de un nuevo día que no conocerá jamás el ocaso. Yo en ti, tú en mí, ambos para siempre.