Como en el tiempo, como en la distancia,
como el desvaído de un daguerréotype,
vemos los años de la propia infancia
como la película en que fuí feliz,
en la casona donde mis abuelos
materializaban mi felicidad.
Eran los años de los terciopelos
y la ingenuidad...
Y pensar
que aunque ha pasado el tiempo
nunca perdimos
esos momentos.
Siempre están,
idílicos recuerdos,
aquí, en el
corazón.
Y las mañanas, cuando despertaba
y ya me esperaban para ir a jugar.
Los caramelos, que me regalaba
la chica del kiosco, de puro mamá.
El barrilete... la de figuritas
que uno revoleaba para conseguir
la más difícil, en las tapaditas,
hasta ir a dormir...
Y pensar
que aunque ha pasado el tiempo
nunca perdimos
esos momentos.
Siempre están,
idílicos recuerdos,
aquí, en el
corazón.
Aunque los años quieran ir gastando
esas alegrías de la juventud,
y nos vayamos especializando
en gaszmoñerías y en esclavitud,
será difícil que puedan robarnos
en el maremágnum de la sinrazón
lo que guardamos con tanto cuidado
en el corazón.
Y pensar
que aunque ha pasado el tiempo
nunca perdimos
esos momentos.
Siempre están,
idílicos recuerdos,
muy dentro del
corazón.