La odorífica hiedra de tus besos,
se me enreda entre los brazos, con
tiernos
lazos mi corazón se halla -a tu aliento-
sujetado y emerge un vendaval
desde tu vientre, de pasiones locas,
que con atrevimiento pertinaz
enciende toda la hoguera de nuestro
fáctico idilio que se troca eterno.
Llevas entre tus senos
una rosa sublime,
mi inocencia febril
entre sus suaves y cómodos pétalos
duerme con displicente donosura.
La agrupación prolífica de verbos
es un raudo espectáculo
de mil cintilaciones en el techo
del lecho donde nuestra pasional
entrega se consuma.
Con el báculo de mi alma tenaz
imploro con fervor
la oportunidad de la saciedad
en la degustación -en tus vergeles-
de tus mieles, mujer,
y pinto sobre el lienzo de tus labios
paisajes, saturados de las aves
enamoradas que hacia el cielo claro
de tus ojos remontan
su aventurado vuelo.
Desde los pronunciados
vértices de las dunas de tus muslos
se deslizan sin prisas mis caricias
ruborizadas hacia el centro térmico
de tu enajenación.
Déjame preso pronto Reina mía,
te lo pido, preso entre
las fuertes rejas de tu dormitorio,
que en este acatamiento
promisorio yo te amaré de noche...
yo te amaré de día.