¿Cómo empezaban esas hojas blancas de miedo?
Eran manos vibrantes y miradas en consuelo
eran los rizos, la suave moldura que recorría.
Y cada uno de sus dedos se volvían
entre los míos aire y agua.
Inmóvil, sin más que el hecho del heme aquí,
el melifluo olor de su cuello gana cada verso
que la batalla más fría en mi duda sobre lis
o demonio; y despierto besando sus lunares
uno a uno, como sus manos se enlazan fuerte,
aún más sobre las mías; tornando el silencio
en una sinfonía, en un leguaje para los dos.
¿Qué es el mundo? ¿Y el tiempo, y el nosotros
y dos almas, y las palabras y el plural vosotros?
Mentiras.
Envidias
del somos, que tanto orgullo cuesta susurrar
ocupados por vivir de piel.
Besar, y acariciar.
Los ángeles ahora parecen llegar ¡al fin!
Y yo le entrego mi latir.
con la bendición tintineando llegan
en cascabeles azules,
envueltos en nubles,
ungidos en incienso,
transfigurando cada beso
en dulce chocolate.
se sonrosan y de reojo observan el consenso
y sobre mí, ella su pureza reclina,
me regalar su posesión
y la poesía se escribe sobre sus ojos
todos los días en mi mente.