Mátame tan despacio
como “no” he muerto.
En silencio
surgen de tu boca seres sibilinos
y eméticos.
No hay honorabilidades en mi cabeza
y no existen medidas en mis dedos.
El cambio -al final-
fue salivar un gozo cáustico
y bailar locamente
frente a los aranceles calcinados
del infierno.
Las reglas del juego siempre son acentuadas
por personas que jamás besaron
un padecimiento común.
Sé que suena sucio e irracional,
pero la razón habita tras un duro fracaso,
al lado de un fanatismo colmado de fuego.
Mátame tan despacio como ya he muerto.
Mi cadáver carcajea y derrocha calcio
ahora que observa tus vanas tentativas
de vida, de muerte…