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En el claustro austero de la concordia,
las flechas cristalinas de la fraternidad
avanzan en círculos homogéneos
con contracciones uniformes y sempiternas.
Todo es angular y equidistante;
tonalidades abiertas a espacios libres de luz;
laberintos emblemáticos de cordura transparente.
Allí, la fe mana fe, con el sosiego que calla.
Alteraciones sin tiempo, en lugares de leyenda;
sombras que andan sin rostros por pasillos
solitarios de palabras;
unicornios cabalgando en la penumbra absoluta
de los claustros celestiales.
Allí, la tarde se oculta a confesar sus pecados.
Trotamundos del destino, rezará en soledad
en el claustro privado del silencio.
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