Mi muerte se avecina
entrando por mi umbral
ese rojo que fascina
y enloquece mi pesar.
Allí parada en mi puerta
a una dama divise
sus labios me atraían
y olvidaba mi temer.
Ella me miraba
con sus ojos chocolate
y yo le sonreía
pareciendo ser galante.
Me solté de aquel pesar
que con cadenas me oprimía,
no podía respirar,
no dormía, ni comía.
Ella estiro su mano
esbozando una sonrisa
guiándome hacia el lugar
donde ya no sufriría.