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La luz incólume apagaba
el semblante reseco
de aquella perezosa tarde.
Todo estaba dividido, troceado,
en minúsculas partículas invisibles
e inquietantes.
Todo era un torbellino galopante,
un huracán demoledor, que destrozaba
los caminos espirituales de la razón.
La tarde, agobiada por tantas desesperanzas,
le hablaba insistentemente a su corazón;
intentando aplacar la virulenta pena,
que brotaba de su interior.
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