Me mató mi orgullo
y me resucitó la arrogancia.
Métete tus argumentos
donde te quepan
y escúpete lejos de mí.
Mi delirio no es pasajera,
mi demencia no me molesta,
es un escudo espartano,
una mueca de payaso homicida,
un escombro que te hace daño
si lo tocas a medianoche, con ira.
Me mataron los aplausos
–no necesito saber
si los que aplauden son embusteros
con tiña que huele a arroz.
Me mató mi orgullo
y me resurgió la dignidad
de ser yo mismo.