Ya llegada mi hora, genuflexo y cabizbajo,
Han de pesar mi espíritu como yo el de otros he pesado.
Podrán reprocharme las formas, los desvelos,
Las cuotas de hambre atiborrado en las venas.
Podrán adjudicarme –no en vano- un sinfín
De ostentosas masacres al sentimiento.
(Fui de los que prefieren la juiciosa tripa al ingenuo corazón)
Pero no podrán, ni aunque traten,
Acusarme de tres pueriles cosas:
Yo jamás he extrañado a quien no está.
Yo nunca he compadecido a un igual.
Yo nada he olvidado de cuanto viví.
No obstante, habré de hacer en esta mañana
De nubes rocambolescas y tamarindos,
Una pausa para doblegarme
Minuciosamente a tu ausencia,
A no poder retenerte en mis actos de árbol
O dibujarte en mis prestidigitaciones mancas.
Y así, con mansedumbre y humildad de asno,
Jurar que me haces falta, que deseo
Vuelvas a tu lugar de primer motor inmóvil de mi vida.
Empero, esta tarde temprana,
Pasada la siesta del sopor y el mal augurio,
No podré menos que esbozar una sonrisa penosa,
Una mirada amarguísima que moje pañuelos
Y deshaga mundos de sujetos para rebajarte
Como si merecieras y necesitases de limosna
Que te arroje una moneda a la cara.
Y así, con esta caritativa soberbia, tan libre de manchas,
Plañir tu destino como si el mío fuera triunfal.
Sin embargo, pintada la noche
Oscura y radiante en mis núbiles pupilas,
Será sólo cuestión de morderme el labio,
Apagar la música, mirar un punto vacío en una pared
O un espejo, dándome cuenta que se ha deshilachado
El manto de recuerdos que tejía nuestra historia.
¿Tu nombre? ¿Tu piel? ¿Quién eras?
Y así, bebiéndome un silencio que no diga nada,
Dejar que el Leteo te lleve corriente abajo.
Podrán inculparme hasta el averno de tantos crímenes
Mas quedaré absuelto al final:
Por vos no hice todo lo que pude;
Pero hice lo que jamás hice por nadie.