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El azul añil del cielo
iluminaba los senderos del crepúsculo.
El invierno avanzaba, abriéndose paso
entre la nostalgia de la mañana.
La brisa movía silenciosamente
las ramas más altas y débiles
de los arboles.
La paz en el ambiente era reflejo
de una constancia verdadera.
Nada era inmune a su presencia,
nada podía escapar a su acoso cansino,
pero inexorable;
la dulzura de la mañana se fundía a veces
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