Se duerme el cielo ciegamente indefenso
y entonces entras tú, pronto de luz,
desabrochando, así, calladamente
la noche sola y muda
sobre mi pecho.
Es que me voy tornando
tan inevitablemente nocturna,
que desgastas conmigo y con tu sombra,
el borde interminable de la noche.
Sólo soy una estrella astillada en secreto,
casi una llama tuya,
inesperadamente bebida por la penumbra.
Hay flamas esperándome en tus manos
y hay lunas incendiadas en mis labios,
y este enloquecido balanceo de astros
en nuestro corazón.
Deambulamos, impredecibles ángeles,
por empapadas galerías
de cristal prometido:
como un anillo vacilante
que girara y girara
rompiéndose alrededor de la noche.
¡Cómo regala el cielo
su acariciada inmensidad...!
¡Cómo bebes, luna tras luna,
toda la enardecida desnudez de mi noche!
!Ante ti me declaro
insaciablemente vencida!