En mis cuerpos
celestes, que no son celestes,
sino pardos, casi cafés, alineados
en el cosmos infinito de
una voluntad extranjera,
cabalgan a destiempo
de un galope tutelar
mis ilusiones.
Como
aferrándose al sentir
que desespera por mi
pecho que añora esperanzado
el encuentro con el tuyo,
por mi efebo vientre
al que agitas con entrañable desvarío,
por mi voz callada de
horizonte,
que no grita y siempre en vano
aguarda
al eco de tu canto que se
esconde.
Y las horas
como soga, tiran de mi cuello
que no ofrece resistencia,
¿Será el sol, atardecer y la luna mi
caída?
¡Ya lo sé!
Es el ver y es el oler.
Es la condena de un corazón
destinado a latir,
de un alma que padece y resiente
de un vaivén;
ir y volver de tu querer reminiscente
que en un sinfín de sensaciones
me recuerda en los aromas
de un llover amargo
que la vida sin ti ha de seguir
y así el morir se entera de mi adiós,
pues ya no sigo, yo me largo.
Resumiendo,
hoy te vas,
cielo mío, arrancándome el aire
y
dejándome un mar sin color ni reflejo,
mas no aflijas si ves que el plañir aún
se aloja en mis ojos;
es mi sentir y memoria en que habitas
mi conforme festejo.
Ahora sé que el amor es eterno,
vive siempre en quien nunca lo olvida
y yo, amor mío, aún te recuerdo.