Era una tarde de estío
polvorosa y somnolienta,
grimosa, en calma, sedienta
del calor que adorna al frío.
Mi sombra en su señorío
iba plácida, contenta,
contando los pasos, lenta,
sobre el terruño aún baldío.
Paseaba junto al río
y en su vista cenicienta
preguntaba a su albedrío
¿por qué el cielo anda sombrío
y el viento a mí me sustenta?
Bajo los ojos del puente
el agua se revolvía.
La fuerza de la corriente
sus memorias escribía
como lo hace un escribiente
o un cura en su sacristía.
Cerca de allí era una fuente
en la que el agua caía
y el caño se sonreía
con su gracejo insistente.
Era tarde de arrebol
de ensueño y melancolía,
cuando se refugia el sol
por detrás de la colina.
Complaciente el girasol
cada paso acompasaba
con genuflexa mirada
en fatuo y falso farol.
A lo lejos, muy a lo lejos,
una torre aparecía
pintada en la lejanía
tirando al cielo los tejos.
Aquella figura enhiesta
donde rugen las campanas,
tengan o no tengan ganas
el ambiente era una fiesta.
Pensé yo que aquella tarde
iba haciendo mi camino,
pareme a pensar y vino
un gorrión haciendo alarde
de sembrar con mucho tino
escapando el muy cobarde
de tamaño desatino.
Al final, éste es su sino:
mi sombra quedó contenta
esa tarde polvorienta
pues se fue por donde vino.
©donaciano bueno.