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Amanecía y la pereza del valle,
se deshacía en infinitas bolitas de cristal;
todo era una esponja blanquecina de diamantes
en el aire.
Nada rompía la hermosura ardiente de ese instante,
nada podía atreverse a penetrar en el silencio
sosegado de su placer.
Ahora, somnolienta aún por la melancolía
de la noche,
intentaba ordenar las ideas de su mente,
darle un sentido iluminado
al pensamiento de su corazón.
Entonces, comenzó a caminar a la vera
de la mañana.
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