Había viajado dos horas en avión y casi cuatro en un autobús. Llegué a mi fin. Bajé cargando mi maleta, me senté en una de las sillas cercanas a la entrada de la terminal; estaba allí, con el celular en la mano, esperando.
Te imaginaba, y entonces vi a lo lejos estacionarse un taxi, tu perfil, bajaste del auto, en ese instante me levanté de la silla y fui hacía a ti. Traías una blusa azul con naranja y beige que iba perfecto al tono de tu piel, tu cabello había crecido, habías adelgazado.
Me miraste y sonreíste y el nervio se posó en tu cara, llevabas un obsequio en tu mano, te acercaste, me abrazaste mientras susurrabas a mi oído: Bienvenida y pusiste el bolso entre mis manos. Levanté la cara dos veces, estabas tan nerviosa que quería evitar el contacto con tus ojos. Nos saltamos la cola y pedimos un taxi, íbamos rumbo al lugar donde vives y la verdad es que me moría por darte un beso.
Actúe de manera que no lo sospecharás, aunque sé bien que ya lo sabías.
“No me diste mi abrazo de bienvenida” te dije en el auto. Sonriendo te acercaste y extendiste tus brazos y yo tomé tu rostro y besé tus labios. Una vez más tenía el dulce sabor de tu boca y el olor de tu aliento en la mía. Te besé dos veces y en un abrir y cerrar de ojos estábamos en el lugar que debíamos bajar. Tienes que pagar, me dijiste y sonreí.
Subimos las escaleras, abriste la puerta, dejé la maleta y nos besamos. No una, ni dos, ni tres veces. Te abracé, sentí tu perfume, tus labios suaves, tus manos.
¿Quieres cenar? Preguntaste.
Y sonriendo te dije que si. Pero antes me presentaste con tu amiga “La vecina” caminamos hasta su puerta, me acomodaste el cabello mientras me decías “te ves hermosa”
Después de la corta presentación bajamos y caminamos a buscar donde cenar. ¿Qué quieres, tacos, hamburguesas? ¿Qué se te antoja? Nos decidimos por tacos. Unos muy buenos tacos.
Platicamos del viaje, pagamos la cuenta y fuimos a descansar. Me preguntaste si quería ducharme, después de eso fui a la cama. Estabas sentada en la esquina de ella y me dijiste que me recostará boca a bajo. Sacaste del buró de lado de la cama una crema de miel, me levantaste la playera y comenzaste a untarme crema y masajeaste lentamente mi espalda, el cuello y de un momento a otro mi playera estaba fuera de mí, así como mi brassier. Sentada sobre mis nalgas besabas mi espalda, el rose de tus labios y tu cabello erizaban mi piel. Me giré, empezamos a besarnos, tu saliva era miel, tus labios algodones. Amo el aliento de tu boca, que sumergí mi nariz en la cueva de tus palabras.
Comencé a quitarte la ropa, a recorrerte el cuello con mi lengua, a bañarme en tu sudor, te besé los senos, mordí cada uno de tus pezones, lamí tu entrepierna y surqué esa montaña que habías talado y después de un rato te hice cruzar un río, en el que te mojaste.
Besé cada espacio de tu piel, marqué mi territorio. Te abrace, utilizaste mi brazo de almohada y junte mi sexo en tus nalgas.
Estuve siete días contigo, los cuales mezclamos de comida, recorridos, sexo y vino.
Hicimos el amor en el baño, te desnudabas, me desnudabas y jugábamos a cantar y adivinar canciones, mientras nos caía el agua, me encantaba arrinconarte y meterte los dedos, te gustaba sentarte en el piso, mientras estaba de pie y besabas mi clítoris, tu lengua danzaba en mi vagina. Te metí los dedos por atrás y gemiste, te sangre más de una vez, pero me pedías no parar. Se me fue la respiración y sentí que mi corazón se detenía cuando estabas debajo de mis piernas.
Amé verte sentada, desnuda, con la guitarra. Amé verte tocar y cantar mientras me mirabas. He bebido el vino de tu cuerpo y saciado la sed con tus palabras. Caminas desnuda de un lado a otro, con tus pechos grandes y rojizos. Me abrazas, me muerdes, me celas, me atas y me vuelvo una bestia contigo, hasta inundarme de mi propio sudor. Me arañas la espalda, gritas mi nombre, te arrancas las sábanas y aún con la ventana abierta no cierras las piernas.
Abres tus pompis y acomodo mi clítoris, abres las piernas y arrincono a doña Sofía, y siento el leve contacto que me enloquece, todo se acalambra, se muere lentamente el oxigeno y viene uno y otro orgasmo hasta guardar silencio. Vuelves tu boca a mi vulva, tomo tu cabeza, tu cabello y te hundo en mí. Me encanta decirte cosas sucias en el pensamiento, si te las digo en persona te enojas, y jugamos roles, tomamos papeles y volvemos a dormir diez o quince minutos para recobrar fuerzas y de nuevo, una vez más, volver a hacer el amor hasta que amanezca.