Fueron ojos los ojos que se entronaron
por el golpe de lo blanco de la espuma.
Y me amaste como agua mansa que convoca a las plegarias,
a la insondable busca del instinto.
Matinales
tus trajes rumorosos vuelven a las blancas casas de Santorini.
He oído tu voz,
y en ella están los mástiles desaparecidos,
las cuevas y los trazos de gracia del viejo griego;
fue una noche en que miré el mar como quien se olvida de sí para siempre.
G.C.
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