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En los espacios abiertos de la tarde,
la sensación de placer
se esparcía por las hojas frondosas
de los arcaicos árboles que bordeaban
el horizonte del prado.
Allí, la tarde gozaba
de abundante ternura,
de paz equilibrada y duradera,
de amistad fecunda
en una tierra cargada de verdor.
Allí, el grito del gozo
era natural, enérgico, vital.
La tarde, transformada en melodía,
salpicaba de canciones las raíces del ocaso.
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