Ah, ni tu vida ni tu hermosa muerte
-sed de sal y angustiado pensamiento-
podrán borrar lo que en alma siento
más cercano mí mismo que tu suerte.
Ahora que descansas toda inerte,
que amas sobre el agua y sobre el viento,
iré a tí y con suave movimiento
he de sacarte de ese sueño fuerte.
Y te diré despacio y quedamente:
no me viste señero, duro, ardiente,
a solas con el alma dolorida?
Y de repente el corazón vencido,
vacío de impiedad y estremecido,
ha de volcarse al fondo de tu vida.
G.C.
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