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El calor destrozaba las piedras
del polvoriento camino;
el sudor penetraba en las pupilas dilatadas,
de sus ojos trotamundos.
Sus pisadas eran torpes, discordantes,
anuladas por la fuerza del calor;
la sombra del solitario castaño
se refugiaba en la hierba reseca del camino.
Y la vio sentada en una roca
dibujando ilusiones de colores;
la miró entre el gozo y el cansancio,
abatido, pero lleno de placer.
Era joven y olía a manzanilla,
es hermosa como un junco de cristal;
ella al verlo le saluda, le sonríe,
y le ofrece esperanza de beber.
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