La canción del desastrado
Tengo la cabeza hecha un desastre,
el corazón vuelto basura, las dos piernas
cansadas de vagar y dar la vuelta al mundo.
Sucede que te busco y que camino
pensando en la ciudad de la alegría,
sucede que galopo por los mares
y nado en un corcel de sombra oscura,
sucede que en los montes dejo huellas
y montes se levantan en mis ojos por hallarte,
sucede que no duermo, pues te sueño,
sucede que te sueño, pues dormido
voy con tu retrato en mis pupilas ya moradas.
¿Y adónde estás, amor, dolor (no sé ya ni tu nombre),
adónde estás, favor de las esquinas ancestrales,
del placer de cuanto lecho he recorrido sin hallarte,
de las páginas que hojeé tras tus batallas y mentiras,
de los golpes y abrazos que no doy y que no has dado,
adónde estás, valor de mis esquirlas más osadas,
pezuñas de mi fe, baluartes de mi fiebre enardecida,
adónde que no sé ni dónde estoy ni si te busco,
ni si todo esto es un girar hacia las nadas infernales,
en tanto tú, si existes tú, te has dado un beso
con un solo color de mis cabellos juveniles
y habrás dejado en él ese perfume que enloquece
y habrás perdido en él la soledad que me acompaña
y en que te quiero hallar para contar tus distracciones,
tu falsa voluntad, tus vanas y arduas consecuencias?
Que me he perdido amor, dolor, valor, celeste estrella
de mis huesos, que encarno en la maldad del que redime
sus pecados siendo más triste aún y más malvado y más longevo.
Pero no quiero palpitar sin tu piedad entre mis huesos,
sin tu precario resplandor en las tinieblas de mis ojos
y sin tu aconsejar mis pobres pies ya desolados,
mi terco corazón en que me entiendo con cenizas
y mi cabeza gris en que cabalgo por tus sueños,
sin nada más hacer, como ya ves, que convertirme
en vago, en portador de basurales y estertores
y en un desastre que salvar sólo si tú remiendas mi alma.
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