Lissi

El Poder de las Caléndulas (relato II)

Alba, como la había bautizado su abuela dieciséis años antes, se levantó muy temprano y después de preparar el café en el fogón y dejar el comal caliente para las tortillas del día, salió a su caminata anual. No vio sus preciadas matas, las caléndulas, éstas no habían germinado cerca de su pradera. Caminó y caminó durante varias horas donde encontró una pequeña mancha que empezaba a florecer, Alba se preguntaba por qué la tardanza de su florecimiento y las pocas plantas en el lugar. No encontraba una respuesta, porque todos los años habían grandes cantidades porque la mayoría de su gente las utilizaban para adornar las tumbas de sus seres queridos el día de los Santos Difuntos. La abundancia era grande por lo que nunca pensó que llegarían a extinguirse.

Continuó caminando para poder llegar a lo alto de un cerro y así platicar con el espíritu de su abuela, ella sabría la respuesta. Necesitaba encontrar una solución, ya que muchas personas dependían del poder de los preparados que ella fabricaba con las encendidas flores. El lugar estaba desolado, la hierba era escasa y la tierra se veía muy seca. Invocó el nombre de su abuela, pero no sintió nada, solamente el silencio reinaba en el sitio. Tres veces la llamó como solía hacerlo en ocasiones anteriores y no hubo sensación alguna. Alba, muy triste comenzó a descender hacia su casa con la mirada perdida en el horizonte, cuestionándose por qué no había guardado semillas del año anterior. Saldría al siguiente día más preparada para alejarse un poco más en búsqueda de las caléndulas silvestres, esas que la llenaban a ella de felicidad…