Isabel Anhara

DÓNDE MORA EL ALMA  

 

Humanos atribulados,

que, por siglos, indagan

dónde mora el alma,

en abrigar algún consuelo

ante horizontes sombríos.

 

Eternas cuestiones éstas

tan sólo pronunciadas

en la congoja de la incertidumbre,

pero sin un hondo sentir,

al ser presos de su servidumbre.

 

Mundanal servidumbre,

con tu ruido ensordecedor,

nos empeñas en disputas vanas

en ausencia de amor, fuego y pasión;

con la mirada fija en vidas profanas.

 

El alma mora

en recorrer bosques frondosos;

en las hadas que prenden los ensueños;

en la luz de los campos de girasoles;

en los mansos vergeles del desierto;

doquier habita la belleza sin dueño.

 

El alma mora

en la mirada cautiva de los amantes;

en el entretejido de sus manos;

en su baile encendido, en lechos de rosas;

en el suave roce de sus labios,

y en el abrasador júbilo de su gozo.

 

El alma mora

en los generosos pechos de la madre,

amamantando a su pequeño,

y en los brazos que lo acunan

con amor alborozado

mientras vela por sus sueños.

 

El alma mora,

allí, donde prenda la llama de la vida,

que, día tras día, se renueva,

aunando existencia y comprensión;

donde la soledad halle sosiego

en un encuentro humano lejos del rencor.