Un poeta analfabeto
me aconsejó alguna vez
que si quería expresar
desde el fondo del corazón
el más puro sentimiento
no pensara ni un momento
en palabras ni en ideas
brotadas de la razón
pues la fórmula perfecta,
la única y la natural,
era dejarse embriagar
de la propia sensación
y la soltara con risas,
con un gesto, un ademán,
un abrazo, una caricia,
o en el caso mas extremo
la empacara en una gota
salada y resbaladiza,
que aunque cayera de lo alto
hasta el vil barro sediento,
o la anulara un pañuelo
o una mano pudorosa,
sacaba de muy adentro
con la química del recuerdo
las penas, las amarguras
producto de la reacción,
que indigestan nuestra alma
y es por todos conocida,
sin ser propiedad ni invento
de una mujer melindrosa,
como cura milagrosa
que lleva al cuerpo la calma
y al alma le da sentido.