Cada vez que parto de ti, mi querida España, mi corazón se divide en dos. Mitad del mismo queda en tus tierras riojanas, llorando a orillas del Ebro. La otra mitad viene conmigo. Despega y remonta en alto vuelo. El sol al horizonte se despide, haciendo aún más profunda la desagradable sensación de abandono que siento.
Las nubes me ofrecen su frágil textura de seda, para secar mis escondidas lágrimas.
Mientras más subo un frío intenso siento dentro. Ese frío de separación, de distancia forzada.
Entrecierro mis ojos y pasan como una película los instantes pasados juntos. Momentos intensos donde el amor ha sido el protagonista principal.
Recorro tu cuerpo desnudo, respiro tu aroma, siento tu calor, aspiro tu aliento, me ahoga el deseo intenso de tenerte a mi lado.
Siento un dolor intenso en mi estómago. La impotencia sin clemencia desgarra con sus garras de acero, mi interior sensible y amante.
Lento comienza el descenso, el avión toca tierra, así como la realidad, mi realidad toca de nuevo mi corazón entristecido. Un fuerte suspiro. Frente en alto. Caminar seguro escondiendo la desolación que siento.
Me pierdo en un mar de gente, en un tumulto. No hay soledad más profunda que la que se siente en medio de la multitud.
Cuento las horas, los días, los meses. Quisiera tener el poder de adelantarlos, que fueran solo un suspiro, un respiro, un susurro al viento y tenerte de nuevo entre mis brazos, saciando el hambre que siento de ti amor. ¡Te amo!