Vienes cansado, trotador del tiempo
este que no miente y te pones lentes
y espejuelos oscuros para detener esa
luz que molesta a tu alma. Te pones
antorchas de fuegos sobre tu cabellera
de plata. Cómo orientar tus manos
que están buscando el norte cuando
yo vencida y sin refugio que no sea
tu olvido, miro al sur, tratando de no
hallar las lunas de enero, aquellas que
sin pensar mucho, del alma se fueron.
Trotando llegas cada cierto tiempo,
aquí, donde siempre te espero con los
anhelos y con los brazos bien abiertos.