Cuando el sol
anquilosa sus invisibles dedos dorados
el fragor en llamas se encarga de incendiar la ciudad
se propaga
por el esqueleto de la urbe
a dejar olor de prisa
en los ceñidos bares
en los desbordados restaurantes
en los buses donde no hay espacio para la oquedad
las calles que embravecen sus lenguas
se despabila
a descoser los trinos de los parques
a ensuciar la calma de los zapatos.
Llega el crepúsculo
y reduce a pavesas
al desmesurado fragor en llamas
los trinos se vuelen a coser
mientras los zapatos duermen
y sueñan que les nacen alas.