Aquellas lágrimas,
que recorrieron mis mejillas,
son juncos trenzados en finas láminas,
donde mi memoria se maquilla
recordando los sueños de una vida.
Alejo las tinieblas del olvido,
que, burlonamente, van tejiendo
la estela de un corazón dolorido;
luces y sombras sonriendo
en un altar sin dios conocido.
Releo las líneas de mi pensamiento,
que, eternamente, vaga sin parar
entre la añoranza y el tormento
de una vida que pueda amar,
al calor del recuerdo de tu encuentro.
Jamás volverás a mí,
pero tu amor crece con mis versos;
sin renunciar a la pasión de un pasado,
que dejó mi alma hecha jirones;
aún colmada de un fuego sagrado.
Lavo la tristeza de mi herida
con lágrimas de felicidad,
por haberte conocido en lo profundo,
más allá del ocaso de este mundo;
más allá del bien y del mal.