Anoche sentí humedad,
de la buena,
de la que te hace subir la emoción
sin poderla soportar,
porque la ilusión nos traiciona
como si fuéramos pequeñuelos
que no saben andar.
Te encontré dentro de mi sentir,
cuando una sorpresa inundó
contando mis anhelos,
para que no se fueran a ir.
Llegaste tú con la sonrisa apretada
por la preocupación a cuesta,
que sobre tus hombros llevara.
Tus nuevos bríos y tu niño en brazos,
para darme calor
al alma enamorada de soles y lunas
con deseos y mezcolanzas frustradas,
acunando en mis sueños como regazo.
Porque no te quería querer
por miedo al fracaso,
y te me colaste entre los poros
como agua salada, tú y yo,
dos seres ansiando de la noche
una inmensa luz
y nos crecimos entre framboyanes,
que inventamos entre la nada,
en la imaginación.
Corrió un silencio que nos inundó a los dos,
no sé si te he querido mucho,
no sé si ha sido poco.
Sólo sé que de la misma copa hemos bebido,
el néctar negro de los dioses blancos,
y nos llenamos de la pena,
porque la timidez se hace justa.
Siento que mis años pesan
sobre tu cultura ajena,
pero es la misma mía,
y también sé
¿por qué me di cuenta?
porque aquel día,
cuando por primera vez
vi tu diminuto seudónimo,
corrí por sentir tus ansias,
¡que eran también las mías!
y la noche en nuestras alma,
!se hizo luz que prendía!