Marce lino pan y vino

EL CULITO DE POLLO

EL CULITO DE POLLO

No es para humillar a nadie, pero por todos es conocido que las patas, el pescuezo y el culito de la gallina, son las partes menos queridas en nuestro plato. Tal vez algunos digan que les gusta, pero no creo que siempre sea así. Resulta que vivíamos tiempos difíciles, en un país recién salido de una guerra ridícula de las colonias, en que un país como Portugal quería mantener ese orgullo por tener grandes territorios en África, los cuales nos daban grandes pérdidas, tanto económicas como humanas, no había sentido, mantener esas colonias. Vivíamos tiempos difíciles, no había mucha comida, y todo era escaso, además de estar pasando por una situación comunista, las cuales solo traían hambre, y grandes necesidades para la población, en que los militares eran los mejor beneficiados con la situación, donde en que sus mesas no les faltaban la buena carne y el buen vino. Pero nosotros, ni éramos políticos y mucho menos militares. Recuerdo que mi mamá hacía de tripas corazones, una forma bien buena de comparar, cuando una mujer sabia dividir, más bien repartir bien la comida, para que no faltase, y no sobrase nada para botar para la basura, todo era bien aprovechado, desde la forma como se pica un pollo, hasta la que se guarda para diversos platos en que todos comían. Éramos una familia de seis hijos, padre y madre, viviendo alquilados y con uno solo asalariado y que no tenía trabajo. El pollo era muy bien picado, el muslo alcanzaba para un guisado, mientras que la cabeza, pescuezo, puntas de las alas, las patas y el culito como también el corazón, huevitos e hígado era para hacer una suculenta sopa. Los fideos o pasta daban consistencia a la sopa porque no había mucho que echar, pero nosotros si sabíamos que era lo mejor, y no queríamos el culito, como tampoco el pescuezo. Mi mama se servía anticipadamente diciendo que a ella si le gustaba, y la mirábamos como ella se comía eso. Casi siempre era así, se servía siempre el culito del pollo en primer lugar, y a nosotros por supuesto un pedazo de pata, a otro un huevito, a otro pedacitos de alita, molleja, corazón e hígado a cada uno bien repartido, comíamos todos con mucha satisfacción, porque eso se rendía con mucha agua, que solo se espesaba con la pasta que ella le echaba, mas algún pedacito de pan duro que siempre lograba sacar de alguna parte. Pasaron los años, e yo tuve que salir del país, mi hermano mayor se fue para Suiza, y el resto quedó allá sobreviviendo. Después de muchos años, la situación mejoró, bien sea con la ayuda de los que estaban fuera, o por la ausencia de ellos, que la comida también ya sobraba un poco más. Y un buen día, después de muchos años, la familia de nuevo se reunió, en casa de nuevo, todos los hijos. Y mi mama de nuevo quiso preparar la sopa de pollo y el seco era un guisado de pollo con papas y arroz, pero para servir la mesa, mi hermana mayor fue la que sirvió, mi mama merecía un descanso y no le permitieron servir. Cuando de repente del lado opuesto al de mi papa, mi mama sentada al final de la mesa, refunfuñaba demostrando una gran molestia. Le habían servido el culito del pollo y el pescuezo, eso era la gran molestia, a lo cual le preguntaron, si era porque no le gustaba la sopa! Ella dijo asi:

-No, hijos, ustedes, nunca aprendieron la lección, es que yo comía el culito era porque nadie lo quería, no porque me gustase. Todo lo contrario, es que nadie lo quería comer, y ahora que estamos mejor, me van a echar otra vez ese culito de pollo!