Si pudiera materializar los recuerdos, moldearía el tuyo multicolor, lo perfumaría de aromas amables, de polvo de luna y seguidamente lo tiraría al mar, tan lejos como den la fuerza de mis brazos. Y entonces tendría que alejarme de las playas para nunca más volver, por miedo a que las olas lo traigan a la orilla o a mis ojos.
Si pudiera. Pero no.
Debo convivir con el aire denso y punzante de tus recuerdos, invadiéndome el cuerpo, desbordándome el alma, tragándome las palabras que no puedo decirte, sangrando los oídos por las que sí me dijiste.
Si pudiera cristalizar mis sentimientos, lo haría en forma de glaciar, lo admiraría con ojos grandes y en silencio, impactada por la inmensidad y el rugir de eso que parece inerte pero esta repleto de vida, de movimiento. Dejaría penetrar mi cuerpo por el frío una vez más, por la imagen avasalladora e inexplicable, suspiraría, casi con una mueca de placer y melancolía- como ese día -, sabiendo que al alejarme, ese témpano de hielo se haría cada vez más chiquito, hasta desaparecer, pero que al cerrar los ojos, seguiría viéndolo con la misma veracidad, con la misma emoción, con el mismo aire que congela cada hueso de mi ser.