Suelo escuchar las débiles sensaciones de los pájaros,
los tumultuosos átomos recorriendo espacios vacíos,
y el ruido de la tierra cuando se desvanece ante la ilusión de una tarde cualquiera.
Existo para ver la falta de un verano y la exigua sonrisa de un niño
llorando el hastío.
Y la flor nacida del silencio en alguna conspiración nocturna.
Sí, la vida tiene dolorosos avatares:
miel y miedo por mitades hasta desolarse ella misma en una mirada que yo descubro,
doloroso,
al ser el más oculto de los hombres;
en la luz que me abandona cuando trazo el poema que también es pérdida
como mi lejana sangre.
Y en la soledad, ese pecado que nos hace trocar en alucinaciones
las viejas fotografías que miramos en nuestra memoria.
Lo que una vez vivió ahora es polvo. Viento infeliz entre cenizas.
G.C.
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