En una pequeña casita a orillas de una playa, vivía Lucila junto a su familia, un padre pescador y una madre trabajadora en las faenas hogareñas, que compartía bellos momentos junto a ella. Lucio, su hermano mayor, Alberto, su hermano menor y su pequeño perro llamado “Oro puro”.
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Lucila era una niña muy alegre y divertida, a sus ocho años había disfrutado la alegría de vivir a orillas de una playa y sabía perfectamente que después estaba el mar, también sabía que había que guardarle respeto y mucha admiración por su majestuosidad.
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Su hermano Lucio siempre fue un niño distinto, era indiferente ante el mar. Al parecer no le temía y mucho menos la playa. A sus once años su hermano le había enseñado muchas cosas y ella le había enseñado otras, juntos jugaban y sentían que como hermanos, debían siempre estar juntos y ayudarse uno con el otro.
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- Lucila, no debes hacer cosas sin antes avisarme, recuerda que soy tu hermano mayor, le decía siempre.
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Sí hermanito, contestaba ella siempre, guardando respeto a su hermano.
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- No vayas a quitarte la camisa para bañarte en la playa, le decía, esas son cosas de hombres, las mujeres acostumbran a bañarse con las camisas puestas, Lucila sonreía y obedecía lo que Lucio le decía.
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Así pasaron los años y mientras los dos hermanos jugaban fuera de la casa, su papá salía de pesca para ganar el sustento familiar y su madre se quedaba en la casa atendiendo al hermanito menor.
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Lucio tenía algo especial, le gustaba mirar el cielo en noches estrelladas, él soñaba con ser una estrella de esas bien grandes y brillantes que todo el mundo observa fácilmente.
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A Lucila en cambio le gustaba era contemplar la playa, con sus olas traviesas y curiosos alcatraces que revoloteaban sus aguas.
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Lucio era un chico muy valiente nunca le tuvo temor al mar, su fascinación por las estrellas al parecer le hacía olvidar que el mar era peligroso.
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Y sucedió que una tarde lluviosa mientras Lucila dormía su hermano Lucio salió a la playa y nunca más se supo de él.
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Llegó la noche con relámpagos y truenos y su hermano seguía sin aparecer. Dos días después sus padres le dijeron que Lucio se había ido al cielo. Todos juntos lloraron su ausencia y la triste partida de aquel niño que siempre quiso ser estrella.
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Lucila por su parte admiraba la valentía de su hermano, el haber escogido una tarde lluviosa para irse al cielo era para ella algo extraño, pues esa noche no hubo estrellas y había que tener mucha valentía para subir al cielo en una noche lluviosa y oscura. Por eso ella lo respetaba más.
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Desde aquel día, todas las noches estrelladas Lucila salía a la playa en compañía de “Oro puro”, a contemplar las estrellas, para ver si lograba ver a su hermano Lucio, quien seguramente ya se habría convertido en una estrella grande y brillante como siempre lo había soñado.
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Ella quería además preguntarle algunas cosas, ya que con la ida del hermano, Lucía era ahora la hermana mayor y quería saber cómo hacer para cuidar y enseñar al hermanito Alberto las cosas que él le había enseñado a ella.
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Lucila nunca precisó la estrella de Lucio, sin embargo, el rumor de la brisa marina le daba mensajes certeros de todas las cosas que quería aprender para enseñarlas a su hermano menor, quién siempre la admiró y respetó como a una verdadera hermana mayor.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela