acosando implacable a los segundos.
Que no te detengas es normal para tu esencia
de arisco y perfecto movimiento.
Que tengas que dejar tus huellas desastrosas
en todo cuanto tocas
con tu febril mano de seda corrosiva,
esta bien, te lo aceptamos.
Pero, por favor, señor tiempo,
tirano del devenir
de todo cuanto existe,
desacelera al menos tus pisadas
en estas épocas vitales de mi vida
cuando todo se acumula
pidiendo el espacio de un tiempito
para hacerse,
cuando los hijos nos acosan mendigando
minutos para sus juegos,
cuando el trabajo nos exige
plena disposición
centrada en sus quehaceres,
cuando el amor y el placer del sexo
que pronto estará en declive
nos solicita mendicantes
el rato para un beso, unos mimos,
una caricia o un polvito,
cuando el músculo nos invita
a un merecido descanso,
cuando nuestra cabeza atafagada
pide el respiro del minuto
para pensar en nada.
Mejor dicho, señor tiempo,
no te detengas,
pero al menos no te preocupes en llegar a ningún lado
en tu feroz marcha apresurada.