Mirando fijamente hacia la nada
en una noche del invierno, fría,
la savia vi del cielo que caía
dejando deslizarse enamorada
sin saber si lloraba o sonreía.
Por mas que a los cristales se agarraba
sus uñas no impedían el descenso,
no importa un SOS lanzara o que llorara,
el cristal fue empañándose de incienso,
la gota feneció desconsolada.
La luna que en la niebla se escondía
con un halo de luz iluminaba
la estancia cual lo hiciera una bujía,
la vela, una candela. Y aún llovía,
lágrimas que del cielo dios regaba.
Pronto la reconocí entre la brisa
tan jóven, tan sumisa, tan callada,
tristeza que embargaba la sonrisa
presumida que dice acude a misa,
cual niña, pizpireta, descocada.
Muy poco tiempo pasó. Y la amnistía
hizo a la oscuridad su gran aliada,
el silencio voló a la sacristía
y segundos después yo me dormía.
La noche quedó sóla, desaviada.
©donaciano bueno