Yo me senté a llorar frente a la puerta
a ver si algún momento tú la abrías,
una hora pasó y otra hora muerta,
mientras yo, vigilante, estaba alerta
y tú, incomprensible, no salías.
No entré hasta tu dintel, no me atrevía,
en su entorno la calle era desierta,
ni una rama de un árbol se movía,
dudé si en arrojarme a algún tranvía
pero mi alma insistía estar despierta.
Y fue pasando así día tras día
y una semana , un mes e incluso años,
terco siempre apostando en la porfía,
confiando apareciera la alegría,
de esperanza repleto y desengaños.
Y harto ya de esperar me eché la siesta
cuando el sol más se expone al mediodía
y más profundo daba allí en mi testa,
tesitura de duda tan siniestra,
aunque un ojo despierto mantenía,
Y al fin reflexioné, sin darme cuenta
el tiempo que en la espera yo perdía,
percibí como amainaba la tormenta
y en esta dilación vil e incruenta
no pude más decir y me moría.
©donaciano bueno