No solo el cuerpo reacciona mediante la inercia de seguir hacia delante cuando uno choca contra algo - tangible o no-. Los sentimientos también buscan desesperadamente no perder el rumbo.
Y por puro instinto de supervivencia, si los trago, se transforman en agua y me brotan por los poros. Si los expulso, se multiplican y me invaden la cara cegándome los ojos de lágrimas.
No pueden frenarse, ni aniquilarse, ni cambiar de dirección. Hay que dejarlos seguir un poco más, el envión de la inercia, a sabiendas de que solamente se trata de un falso recorrido, de que en algún momento, tarde o temprano, inevitablemente comenzarán a agonizar, desvariados, pálidos de ilusiones, y finalmente quedarán reposando en algún lugar, ya sin fuerzas para seguir.
Entonces podré continuar caminando libremente, suelta. Sola ya sin ellos. Sabiendo que ahí permanecen, mutados y olvidados, pero no muertos.