En lo más profundo del abismo,
las pesadillas me asfixiaban
al contemplar brazos cual sogas,
que, de raíz, la vida estrangulaban.
He visto vomitar la soberbia
con el fétido aliento de la serpiente,
apoderándose de este mundo,
presto a corromper inocentes.
He visto fuego ardiendo
en el altar de la impiedad;
malsanos delirios de poder
postrarse ante una falsa deidad.
He visto el horror lacerar
un alma en toda su pureza;
engendros incapaces de amar
la más gentil belleza.
Ya no queda un atisbo de compasión,
ni una brizna de humanidad.
El orgullo ansía a los limpios de corazón
por devorar la flor de la verdad.