Bernardo Bosquez Minjares

El pensamiento

 

Era demasiado como para soportarlo, nadie lo habría logrado, era un impedimento mayor que cualquiera que se conociera, era una discapacidad para generar amor.
¿Y tú la amabas? dijo entonces mi pensamiento mientras aún permanecía en silencio; inmediatamente cruzo la duda y fue despejada por la verdad que yacía en mi alma. Claro que sí, respondí; la ame desde el primer día, la ame cuando más nadie lo hizo, la ame incluso cuando me abandono, la ame cuando la vi llegar y la ame cuando se fue, de todos fui yo el primero en amarla, y el ultimo en olvidarme de ella.

Interrumpió el pensamiento, ¿Y qué esperas entonces?
¿Una confirmación de amor?
¿Qué estreche tus manos y te diga te amo?

No, claro que no; conteste, pero enseguida me inmute, una sensación de sequedad atravesaba mi garganta, el miedo corría por mi espalda y me hacía estremecer, ¿qué es lo que realmente quiero? pensé; a ella, porque no logro ver más allá de su personalidad cuando estoy a su lado, porque no logro sentir dolor cuando la veo, porque imaginar que no está me destruye, me mata, no quiero imaginar el tener que perderla; no más, no otra vez.

¿Y qué esperas entonces para decirle?, comento el pensamiento que tanto se había ausentado ya. ¿Porque no abrazarla cuando está contigo? ¿Porque no besarla cuando la tienes enfrente? ¿Porque te es tan difícil el decirle que la amas desde aquel fatídico día en que por suerte o por mala suerte, tu mirada se cruzó con la de ella y te sometió a este cruel martirio de todos estos años a su lado, sin poder decirle que la amas? todos estos años a su lado sin poderla amar como solo tú sabes hacerlo.

¿Cuánto más vas a esperar? ¿Cuánto más vas a tardar decírselo? ¿Esperaras a que alguien más llegue y la arrebate de tu vida?

Entonces una lágrima rodó por mi mejilla, el pensamiento me había hecho llorar, era cierto todo este tiempo a su lado viéndola ir y venir entre amores que no se quedaron a verla sonreír. Y yo a lado del camino deseando que algún día ella hiciera una parada en mi estación, mirando el horizonte como si de la nada doblando en la colina por donde el sol se escurría, fuera ella a aparecer con esa sonrisa, esa sonrisa de la que confieso estar fuertemente enamorado.