Me levanto de la cama, rápidamente,
¡Dios, es medio día!
Abro el armario,
descuelgo mi mejor vestido,
velozmente,
los zapatos,
braguitas y sujetador azul,
-ropa interior que, a él le encanta-
Vuelo hacia la ducha,
jabón oloroso,
crema hidratante.
Envuelta en la toalla y pasos ligeros,
hasta la habitación,
miro por la ventana,
en la calle todo está tranquilo,
como todo los días,
cada cual a lo suyo.
Me cuesta abrochar el vestido,
una lucha con la dichosa cremallera,
mi cabello plateado,
elegantemente sujeto,
y mi último toque especial
unas gotas de perfume,
detrás de las orejas,
en el sujetador azul,
y como no, también en mis manos.
Cojo el bolso a juego con los zapatos,
dentro una barra de labios, carmín,
mi perfume,
móvil y las llaves de mi casa,
un trozo de papel con una dirección,
salgo a la calle,
voy al garaje,
dejé las llaves del coche dentro de casa,
vuelvo de nuevo,
cierro la puerta tras de mí,
busco, repaso todos los cajones,
no las encuentro,
me quito los zapatos, me hacen daños,
el cabello se despeina,
se evapora el perfume,
se agotan mis fuerzas, estoy agotada,
me iré a la cama un ratito,
necesito descansar, mañana será otro día.
Lola Barea.