Recuerdo tu cara de niña,
tan delicada, tan sonriente.
Me trae el sonido de las caracolas
en una mar azul transparente;
la añoranza de críos alborotando
junto al amor de la lumbre;
de promesas y sueños silentes
durante las noches de estío.
Eres mi amor y siempre lo has sido;
la espera mereció la pena
en este mundo de hielo y hastío.
El llanto mereció la pena
por adorarte y haberte querido;
la sinrazón mereció la pena
por haber estado siempre contigo,
pues, sin amor, todo está perdido.
Tu recuerdo vive dentro de mí,
por eso, nunca te has ido;
tu recuerdo es la llave del amor,
que abre y sana mi corazón herido.
Sólo tu recuerdo lo hace latir
en busca del tiempo perdido,
donde mi ser sufrió lo indecible,
cuando te llevó la guadaña,
quedando nuestro hogar vacío.