La noche irrumpe en mis sueños,
en la prisión enclaustrada, mi silencio.
Las hojas volantes suturan el pérfido resquebrajo,
víctima de meteoros acuosos, azules, carmesí.
Trasluce en su seda casi incolora el rubor de su viaje,
arrebujado por una tenue razón en el océano de lo abyecto,
decidido ante la vergüenza, el infortunio común.
Las sombras buscan su sitio en mi ya umbría posada,
enhebrando historias pasmadas de desvelos,
desempolvando máscaras destinadas al novel baúl con recelos
arremetiendo sabores de un tren olvidado, perdido en su rumbo,
sin ningún consuelo. Pero son sólo sombras, aún,
recocijándose como misceláneas indolentes,
relampageantes actrices en la alborada de mi vida.